domingo, 20 de noviembre de 2016

A todos mis amores.-

A todos mis amores.
Edgard J. González.-

Las personas inmaduras o con baja autoestima se falsifican a sí mismas, no pueden alcanzar plenitud ni autenticidad. Sin considerarlo precocidad, desde que tengo uso de razón no recuerdo haber pensado ni actuado en materia de amores, como la Sociedad lo exige. Imagino que se debe a las diferencias individuales, que en algunos de nosotros son más intensas, incluso rebeldes.

El concepto estereotipado del Amor sigue un esquema rígido, con sus manidas fórmulas que establecen los requisitos para amar y ser amados; Cómo amar, cómo deben -los que supuestamente se aman- relacionarse entre sí y con sus respectivos círculos de amigos y familiares. Y dentro de ese esquema se especifican las palabras, frases y obsequios que han de intercambiar los presuntos amantes, para cumplir las formalidades. Detrás de avalanchas de “mi amor, mi cielo, mi vida, mi corazón” se esconden hipócritamente muchas parejas increíblemente mal avenidas. Esa costosa comida para los bachacos que son los ramos de flores, forma parte del itinerario de vuelo con piloto automático de aquellos que, a falta de genuino romance, sienten la obligación en ciertas fechas, cuando ya el corazón cede su puesto a la cartera y proceden a la adquisición de algún regalo caro y ostentoso, que pretende compensar por los arrugados sentimientos, que ya no responden al  planchado de terapias de pareja con un entrometido titulado, o la segunda luna de miel, que se limita a pasear las diferencias irreconciliables, para regresar al mismo puerto del aburrimiento a cuatro manos.

Nutren su propio fracaso quienes basan sus relaciones amorosas en ese Manual de procedimientos que lleva a endulzar y maquillar lo que esencialmente requiere de permanentes dosis de aceptación del otro, paciencia, sacrificio, respeto mutuo, trabajo en equipo, igual si se trata de nuestros padres, nuestra pareja, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros hermanos, los amigos y familiares, todas esas personas con quienes compartimos nuestro itinerario de vida por razones de afecto sincero, no por ello exento de malos ratos, agrias discusiones y tontos desencuentros.

Pongo en tinta sobre papel estas reflexiones, dirigidas a quienes amo, esperando haberles ayudado a lograr sus objetivos más importantes, no a endulzarlos por superficiales momentos. Algunos ya están ausentes, como mi madre, quien me tuvo a su lado hasta en su larga agonía, y murió en mis brazos, consciente de lo mucho que significó para mí, sin necesidad de oírlo en  las diversas conjugaciones del verbo amar, demostrado con mis acciones de cada día. Otros siguen presentes, dando y recibiendo Amor sin tener que expresarlo con flores, o postales de Hallmark. La esposa, a quien me siento más unido hoy que cuando iniciamos esta hermosa aventura, aquel lejano 1973. Los hijos y nietos, que han recibido todo el Amor que hace falta para convertirlos en seres humanos útiles y capaces a su vez de amar, con valores y principios, que son la mejor herencia. Los familiares y amigos, que saben que siempre pueden contar conmigo, y la certeza es mutua. El Amor, más que pronunciarlo,  hay que intentarlo, día a día, sentimiento a sentimiento.


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