A todos mis amores.
Edgard J. González.-
Las personas inmaduras o con baja autoestima se
falsifican a sí mismas, no pueden alcanzar plenitud ni autenticidad. Sin
considerarlo precocidad, desde que tengo uso de razón no recuerdo haber pensado
ni actuado en materia de amores, como la Sociedad lo exige. Imagino que se debe
a las diferencias individuales, que en algunos de nosotros son más intensas,
incluso rebeldes.
El concepto estereotipado del Amor sigue un esquema
rígido, con sus manidas fórmulas que establecen los requisitos para amar y ser
amados; Cómo amar, cómo deben -los que supuestamente se aman- relacionarse
entre sí y con sus respectivos círculos de amigos y familiares. Y dentro de ese
esquema se especifican las palabras, frases y obsequios que han de intercambiar
los presuntos amantes, para cumplir las formalidades. Detrás de avalanchas de
“mi amor, mi cielo, mi vida, mi corazón” se esconden hipócritamente muchas
parejas increíblemente mal avenidas. Esa costosa comida para los bachacos que
son los ramos de flores, forma parte del itinerario de vuelo con piloto
automático de aquellos que, a falta de genuino romance, sienten la obligación
en ciertas fechas, cuando ya el corazón cede su puesto a la cartera y proceden
a la adquisición de algún regalo caro y ostentoso, que pretende compensar por
los arrugados sentimientos, que ya no responden al planchado de terapias
de pareja con un entrometido titulado, o la segunda luna de miel, que se limita
a pasear las diferencias irreconciliables, para regresar al mismo puerto del
aburrimiento a cuatro manos.
Nutren su propio fracaso quienes basan sus relaciones
amorosas en ese Manual de procedimientos que lleva a endulzar y maquillar lo
que esencialmente requiere de permanentes dosis de aceptación del otro, paciencia,
sacrificio, respeto mutuo, trabajo en equipo, igual si se trata de nuestros
padres, nuestra pareja, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros hermanos, los
amigos y familiares, todas esas personas con quienes compartimos nuestro
itinerario de vida por razones de afecto sincero, no por ello exento de malos
ratos, agrias discusiones y tontos desencuentros.
Pongo en tinta sobre papel estas reflexiones,
dirigidas a quienes amo, esperando haberles ayudado a lograr sus objetivos más
importantes, no a endulzarlos por superficiales momentos. Algunos ya están
ausentes, como mi madre, quien me tuvo a su lado hasta en su larga agonía, y
murió en mis brazos, consciente de lo mucho que significó para mí, sin
necesidad de oírlo en las diversas conjugaciones del verbo amar,
demostrado con mis acciones de cada día. Otros siguen presentes, dando y
recibiendo Amor sin tener que expresarlo con flores, o postales de Hallmark. La
esposa, a quien me siento más unido hoy que cuando iniciamos esta hermosa
aventura, aquel lejano 1973. Los hijos y nietos, que han recibido todo el Amor
que hace falta para convertirlos en seres humanos útiles y capaces a su vez de
amar, con valores y principios, que son la mejor herencia. Los familiares y
amigos, que saben que siempre pueden contar conmigo, y la certeza es mutua. El
Amor, más que pronunciarlo, hay que intentarlo, día a día, sentimiento a
sentimiento.
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