jueves, 23 de junio de 2011





DE REGRESO EN TIERRA DE PLEBEYOS.
Edgard J. González (Duque de Guarolandia).-


Salir de viaje nunca ha sido fácil, los trámites de reservar pasajes, hoteles y vehículo de alquiler han ido gradualmente complicándose. Si a ello le sumamos el Viacrucis de CADIVI, cuyo manual operativo distribuye los dólares a los oligarcas en sentido inversamente proporcional a los ñángaras del orbe, quienes reciben a maletinazos y por camionadas créditos blanditos, a pagar dos años después de que le salgan plumas a los elefantes, en tanto a nosotros, los proimperialistas, empleados de la CIA, contrarrevolucionarios y apátridas, nos asignan un máximo de $3.000, que debemos cancelar a brinco rabioso y muy frecuentemente se atoran en la Tarjeta de Crédito en los momentos más delicados, dejándonos varados en el extranjero, en la recepción del Hotel, al intentar pagar la cena en un restaurante, o cuando pretendemos comprar de antemano las entradas al espectáculo Musical o Teatral que tanto deseábamos disfrutar.
A pesar de los numerosos obstáculos que la burocracia roja va colocando para encerrarnos o amargarnos la vacación, perseveramos, logramos saltar las fronteras y cumplir un compromiso ineludible para quienes pertenecemos a esa élite de sangre azul y prosopopeya de siglos o milenios, familias curtidas de Épica e Historia, que envidian quienes no pueden trazar su árbol genealógico más allá de la abuela, y eso con serias dudas, maquillando algunos episodios en que ni la abuela sale bien parada.
La boda de mi primo-séptimo William con su adorable marinovia Catherine, me obligó a salir del encierro voluntario en que me hallaba, dedicado a mis lecturas, y a la exhaustiva revisión de los cinco tomos de mi autobiografía (de las notas al margen puede surgir material suficiente para un sexto tomo). Extrañaba los ambientes de lujo, el boato, la buena organización de eventos que, aunque dependientes de la Familia Real inglesa, requieren de la colaboración del gobierno británico, y sin embargo todo sale puntual, cumpliendo hasta los puntos y las comas de lo planificado, a diferencia de como ocurren las celebraciones y los actos perpetrados por ciertos regímenes del subdesarrollo, cuyo común denominador es que siempre terminan con poco pan y muy mal circo. Necesitaba esta catarsis, desde la boda de mi primo-quinto Felipe y la Leticia de sus tormentos, no disfrutaba de ese ambiente de genuina alcurnia, buen gusto, elegancia, y aquellas pamelas que sólo en el viejo continente encuentran sitio y lugar, aunque con sinceridad reconozco que algunos tocados exageraron en su búsqueda de la originalidad, y en vez de lucir como sombreros de primavera, parecían reducidas y novedosas antenas para recepción de señales satelitales. Pero, aparte de ese detalle, nada qué ver con el permanente desfile de cauchos de cintura, de esos kilos de más que se empeñan en mostrarse en esa franja mortadelosa entre las multicolores y raídas bermudas, y esa franelita tres tallas menor de lo que corresponde, en quien sin pudor desnuda el 70 % de sus enormes senos, y a menudo buena parte de sus várices.
Salí el jueves 21, haciendo escala en EEUU, pensando que tendría tiempo suficiente para mis diligencias en Virginia, visitas a viejas amistades en Nueva York y Boston, y llegar a Londres con la debida antelación, para no asistir al casorio familiar con el peso del jet lag. Sin embargo, los trámites en Langley fueron insoportáblemente lentos, lo que normalmente toma tres horas se llevó todo el viernes 22, y buena parte del lunes 25, lo que me obligó a permanecer en Virginia ese fin de semana, cancelar las visitas programadas a los amigos en NY y Boston, si posponía el vuelo a Heathrow corría el riesgo de no encontrar asiento ni siquiera en Business class, copadas como estaban todas las aerolíneas con la boda real como incentivo turístico de cientos de miles. Por razones obvias, la transferencia que con regularidad trasladaba los dólares para cancelar sueldos y bonificaciones especiales al personal contratado fuera del territorio de EEUU, fue dificultándose hasta ser suspendida totalmente. Pero lo que parecía un perjuicio, resultó una bendición, puesto que los pagos pendientes se acumulan y son el antídoto perfecto al mecanismo perverso de CADIVI, pues resuelve el gravísimo problema de los oligarcas en el exterior, no tener poder adquisitivo. En Venezuela me las arreglo a duras penas para sobrevivir con el sueldito criollo y absolutamente escuálido (cuando comencé como agente de la CIA yo era el único con fachada legal de Profesor, ahora sobran los “colegas” educadores que imploran un carguito de espías aunque sea a medio tiempo, pocos lo han logrado, y la competencia con otras profesiones es reñida), pero compenso esas penurias con la seguridad financiera que me brindan esos dolarillos acumulados, que debo pasar a buscar en la sede principal de Langley (deberían abrir una oficina de pago en el aeropuerto Kennedy de NY, nos beneficiaría mucho salir de ese trámite estando ya en la ciudad que nunca duerme, en caso de retardos administrativos se aprovecharía el fin de semana cumpliendo compromisos sociales, cercanos a la taquilla en la que cobramos).
No voy a aburrirlos contándoles las minucias de lo que hice desde el martes por la tarde, al llegar a Londres, y el viernes por la mañana, cuando por cuestiones de protocolo todos debíamos ser muy puntuales y estar en la catedral de Canterbury a las 10 am ¡ Sharp ! Me asignaron asiento en la hilera detrás de la Reina Sofía, Felipillo y Leti, por haber mayor consanguinidad con el clan de los Borbones. Nuestras familias están emparentadas desde el siglo XVI, la réquetetátarabuela de Juan Carlos se le puso resbalosa a mi réquetetátaratío, en un baile de tronío que tuvo lugar en un Castillo a cuatro leguas de Madrid, edificación ya en ruinas, pero en terrenos nada desdeñables por su excelente ubicación, propiedad de la que me corresponde un 14%, de acuerdo con el documento sucesorial. De ese empate nació el primero de mis antecesores, por quien mi fluido sanguíneo tiene su viscosidad azulosa, en virtud de aquella rochelita de los ancestros en época pretérita. Pero nos hemos cuidado de no incurrir en la perniciosa promiscuidad internobiliaria, a fin de evitar la endogamia y sus terribles secuelas en cada nueva generación. Por eso rechacé a todas las princesas que vieron en mí a un buen partido, de origen noble y personalidad caribe, mas la posibilidad de que se reencontraran los cromosomas de aquellos dos réquetetátaraparientes me obligó a desdeñar muy apetitosas pretendientes de abolengo real (y con real).
Tampoco tendría sentido que les narrara la ceremonia del casamiento de Will and Kate, pues la profusión de cámaras, la transmisión en vivo y directo, convirtió a los espectadores en privilegiados. Por TV pudieron observar detalles que escapaban a nuestra vista, constreñidos como estábamos por el rígido protocolo inglés, a un ritual muy estricto adentro de aquella monumental iglesia. Distintos enfoques mostraron luego el recorrido de los recién casados en su hermoso carruaje y la caravana de limousinas, hasta que entramos a Buckingham, con cientos de miles de plebeyos disfrutando del colorido espectáculo y dando vítores a la pareja, a lo largo del trayecto desde Canterbury. Pero puedo compartir algo de gossip, de lo ocurrido donde la TV no pudo ingresar. Durante la sesión de fotos de las familias de los newly wed sucedió un incidente postdigestivo, por el cual me gané una mirada recriminatoria de the Queen Elizabeth II. Philip su cónyuge, sonriente me dijo “I’m sorry Edgárd (él siempre acentúa mal mi nombre), I know I should not eat karraouts, but I just love their exotic taste. Thanks for bringing them. By the way, I’d prefer to be wearing a leek leek like yours”. Las tremenduras de Harry fueron in crescendo desde la ceremonia eclesiástica, continuaron durante el almuerzo y se agudizaron en la fiesta nocturna que él organizó para su hermano y su cuñada, al punto de tener que llamarlo aparte y con bastante rigor ordenarle “¡empty your pockets and give me those weeds inmediately”!. Mucho me temo que si no lo disciplinan, Harry va a protagonizar un escándalo de dimensiones catastróficas, que va a dejar en pañales al tío que renunció al trono para casarse con una divorciada horrible, y poder fumarse ambos sus pitos, sin reclamos de familia o gobierno. Si, de ñapa, se empandilla con la Pippa y su brother (que tienen cara de fumar hasta pepa de aguacate rallada), el desastre llevará a la extinción a lo que queda de ese repele genético de los Tudor y los Stuard.
Nevertheless, sí hubo algo en la Iglesia que pasó desapercibido para la mayoría, asistentes y audiencia televisiva. Scotland Yard demostró que es uno de los mejores cuerpos policiales del planeta. Para garantizar la integridad del Príncipe William y su esposa, necesitaban dos escoltas lo más cerca posible de la pareja real (en todas partes se cuecen habas, y los idiotas que amenazan con un principicidio, también se dan en el Reino Unido), pusieron a su mejor hombre, fornido, alto, cinta negra en Kárate y la mejor puntería in short range, disfrazado de Monja, a metro y medio de Will y Kate, con otro colega suyo, más bajito of course, cubriendo el flanco derecho. ¡ Genial !
Todos los días, durante mi periplo de un mes fuera de Venezuela, me mantuve al tanto de lo que acontecía acá (BB y WiFi mediante), y debo finalizar este breve recuento, señalándole a los imbéciles que, con pésima ortografía y patética argumentación, cuestionaban el “injustificado derroche” que según ellos significó este magno evento de la Boda Real, que la Monarquía que aún subsiste en algunos países de Europa; Primero deriva de una muy antigua tradición, ya deslastrada de sus malas ejecutorias del remoto pasado, por lo que junto a otras valiosas tradiciones forma parte de lo que identifica a una porción bastante importante de esos pueblos. Segundo, genera un considerable ingreso por el interés de millones de turistas que visitan esos países donde sobrevive la Realeza, beneficiando a las Aerolíneas, los Hoteles, Posadas y Bed & breakfasts, las ventas de Souvenirs, los Restaurantes, y otros sectores de la Economía que se ven favorecidos por el flujo constante de viajeros (aumentado en ocasión de un evento extraordinario como este). Y tercero, el más difícil de entender para los obtusos que cuestionan desde la óptica del estalinismo: Nadie es obligado a formar parte de la muchedumbre que se coloca a las afueras de la Iglesia y del Palacio, o a lo largo del trayecto, mucho menos se les exige que finjan el alborozo que demuestran al paso de los carruajes, los vistosos uniformes, los bellos caballos, las lujosas limousinas, ni se le ocurriría jamás a la Reina o al Primer Ministro encadenar a todas las emisoras de Radio y TV para que obligatoriamente transmitieran el evento, durante el cual no hubo insultos, ni amenazas de pulverizar a los que no apoyen a la Monarquía o al Gobierno. En el Reino Unido, tanto los que apoyan que prosiga la escenografía monárquica (el Gobierno lo ejercen otros, capaces y responsables), como los que exigen su erradicación (se les respetan sus ideas, no hay pretensión de imponer un pensamiento único), disfrutan de excelentes servicios, sin frecuentes apagones, el agua es Potable, llega siempre y suficiente, para alimentarse NO dependen de importaciones ni permiten que la comida se pudra, NO temen que la Inseguridad envíe a 17.000 compatriotas al cementerio, por violencia criminal, cada año y, muy esencial, sus Instituciones funcionan.
Porque son parte de la tradición, son apoyados por la mayoría y le convienen a todos, la familia real recibe una asignación anual, pero ellos también saben administrar sus propiedades y sus capitales, hacen buenas inversiones y pagan parte de los gastos que eventos como este ocasionan. Por cada Libra Esterlina que Monarquía y Gobierno invirtieron en esa celebración, ingresaron tres libras esterlinas, de modo que fue un buen negocio, Win-Win. Tan diferente del saldo que puede mostrar un régimen al que correspondió administrar UN BILLÓN DE DÓLARES EN DOCE AÑOS, y no existe un solo Hospital, una sola Escuela, un solo Liceo, una sola Universidad, una sola Institución o Empresa del Estado venezolano que pueda equipararse con sus similares en los países de Europa donde sobreviven de manera elegante y útil las Monarquías verdaderas, antípodas de esta anacrónica, destructiva y resentida autocracia militar, rodeada de Lumpen parasitario por todas partes. Con toda seguridad, ni la Reina ni el Primer Ministro, frente a una marcha multitudinaria de repudio hacia ellos, ordenarían un Plan Ávila o una masacre, con partidarios suyos disparando desde los espacios bajo control del Estado. Tampoco han tenido que llegar al extremo vergonzoso de albergar cientos de damnificados en Buckingham Palace o el 10 de Downing Street, porque por allá construyen con regularidad y eficacia las viviendas (no Maquetas) que hagan falta, sin invasiones, ni demagogia ni populismo. ¡ Misión Glamour y Túquiti !

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