RELIGION, DEMAGOGIA, POPULISMO Y DELINCUENCIA.
Edgard J. González.-
Es un lugar común dual señalar que el fenómeno de la Delincuencia, que es algo exclusivamente Social (los animales no delinquen, sólo los humanos), existe desde los inicios de la Humanidad y ocurre en todos los países. Inclusive en la fantasía que narra los comienzos de la “Creación Divina” Caín asesina a su hermano Abel, y toda clase de delitos son mencionados no sólo en la Biblia, sino en la Torá y el Corán, los manuales básicos de las tres religiones más famosas del planeta. Y precisamente los dioses y las religiones fueron inventados en la antigüedad, como herramientas para explicar a la Naturaleza y para controlar el comportamiento humano, usando el respeto por un ser supremo presunto hacedor de todo, el temor al castigo divino (el Infierno para los católicos), y cada doctrina establece los pasos a seguir para no desviarse del sendero del Bien (diez mandamientos norman la conducta de los cristianos, musulmanes y judíos tienen sus propias versiones de las tablas de Moisés). Lo irónico es que la religiosidad ha estado entre los elementos determinantes de la conducta de la absoluta mayoría de las sociedades, desde las más primitivas hasta las más modernas y civilizadas, y sin embargo ello no ha evitado la omnipresencia de la maldad en todas sus formas, crímenes individuales y colectivos han ocurrido siempre, y han sido cometidos a conciencia de que constituyen pecados, desde el punto de vista religioso han faltado a las leyes sagradas. Han sido fervientes creyentes las personas -civiles o militares- que llevan a cabo los crímenes, sus autores materiales, y la religión es parte constitutiva esencial de las Comunidades o Estados que organizan y respaldan las masacres de otros seres humanos, sacrificando a propios en la “gesta”, siendo sus máximos líderes “hombres de fe que dicen actuar en nombre de su Dios y de su Credo” los que diseñan y ordenan, desde Estafas económicas o políticas hasta Genocidios, que en muchas ocasiones han definido a las víctimas sólo por pensar o creer diferente.
Aunque en todas las sociedades ocurren delitos, es innegable que su frecuencia y proporción respecto de la población total varían de un país a otro, los índices delictivos son muy bajos o casi inexistentes en algunos países, mientras que en otros, al lado opuesto del espectro, son preocupantemente elevados, manteniéndose en valores promedio la mayoría de las naciones, correspondiendo las mejores posiciones a aquellas que han logrado equilibrar el acceso a los recursos (empleo, servicios educacionales y de salud, baja inflación, alta productividad y producción, mercados satisfechos, etc) y el control de grupos e individuos con propensión a delinquir (eficiente esquema preventivo y represivo, Justicia estricta sin discriminaciones, cárceles que reeducan y reinsertan adecuadamente). Nuestro país, lamentablemente, se ubicó tradicionalmente entre los que mantienen elevados índices delictivos, con el agravante de haberlos aumentado progresivamente desde que la secta militar patriotera es Gobierno. Durante los pasados DOCE AÑOS bajo la férula roja del chavismo procastrista, se han multiplicado las cifras de los peores delitos y la Impunidad de los delincuentes, que ya ni siquiera actúan preferiblemente de noche y en espacios con poca presencia humana, sino que ejecutan atracos, secuestros y asesinatos a plena luz del día y frente a docenas de cada vez menos sorprendidos testigos, convirtiendo la comisión de un delito en algo banal y ordinario, a lo que la sociedad se va acostumbrando, en lugar de reaccionar indignada y reclamarle a los primordiales responsables de mantener el orden e impedir y/o reprimir el delito, en todas sus formas. Solamente en Inseguridad las cifras de asesinados cada año han subido de 4.500 en 1998 a un promedio de 17.000 durante los recientes años, casi cuadruplicando el problema que la mayoría de los venezolanos coloca como el que más preocupa y perjudica, sin que por ello las autoridades competentes hayan implementado mecanismos idóneos para resolver esta calamidad, que nos ubica entre los países con mayor índice de muertes violentas a nivel mundial, 58 por cada mil habitantes.
Los atracos, secuestros y asesinatos no se multiplican exclusivamente obedeciendo al crecimiento poblacional (la población de Venezuela NO se cuadruplicó de 1999 a hoy), sino que intervienen otros factores que estimulan el aumento en la comisión de delitos, y los dos de mayor peso tienen que ver con la manera de funcionar del régimen chavista. Por una parte, no ha implementado los programas de prevención y represión que la situación requiere, básicamente porque la base de sustentación del régimen está en las zonas rojas de las cuales emana el contingente de delincuentes que perpetra los atracos, secuestros y asesinatos. Justifican el NO actuar con el “argumento” de que no se debe reprimir al pueblo, metiendo a la gente trabajadora –que es la mayoría- y a los delincuentes en el mismo saco, para demagógicamente darle sentido a su ineficiencia ante el auge del delito. Los regímenes que dicen seguir la doctrina marxista, ponen de columna vertebral de sus discursos y acciones el supuesto “despojo que los ricos han llevado a cabo durante siglos de explotación y engaño a la masa proletaria, interpretan como parte de la relegada Justicia la redistribución de los bienes y recursos, equiparando el producto de robos y secuestros con las arbitrarias ocupaciones, invasiones y caprichosas expropiaciones hechas por el oficialismo, o con su anuencia y respaldo. Las víctimas mortales, las justifican con el mismo cinismo que usó Timothy McVeigh al explicar la destrucción del edificio en Oklahoma matando 168 civiles inocentes, muchos de ellos niños en una Guardería, son daños colaterales, imprescindibles e inevitables en la consecución de los trascendentales objetivos revolucionarios”.
La Identificación con el Líder, Führer, Chairman, en su destrucción del orden establecido (contra el cual siempre se han manifestado los delincuentes) es factor esencial en la consolidación de esa base de respaldo (no sólo electoral) cuya veta fundamental está en el LUMPEN, ese sector marginal de la sociedad que tiene la menor preparación para ejercer responsablemente la Ciudadanía, y simultáneamente la mayor acumulación de carestías. Se satisfacen con poco, si esa cortedad incluye el Discurso que los justifique en su acción delincuencial y les califique como víctimas, en lugar de victimarios. Los delincuentes de toda laya y sus relacionados, familiares y amigos, forman un conglomerado cuantitativamente importante al que no se debe molestar con operativos policiales eficientes que puedan distanciar a esa masa del “Proyecto”. En cambio se les puede utilizar incorporándolos a diversos esquemas de apoyo activo a la Revolución, como las bandas mostrencas que, con palos o armas de fuego, agreden disidentes haciéndose pasar por “espontáneas manifestaciones populares” de gentes humildes que respaldan al régimen (método frecuente en Cuba), o las Milicias, el mismo musiú con diferente cachimbo, que uniformados, con rifles Kalasnikhov y un barniz de instrucción militar, bajo órdenes directas del Führer (SS en la Alemania Nazi) enfrentarán al invasor imperialista, casualmente representado por los opositores que rechazan el purgante del pensamiento y partido únicos, las recetas del estalinismo, que ya fracasaron todas las veces que fueron practicadas en el mundo entero (incluyendo a Cuba y Corea del Norte).
La praxis religiosa de milenios facilita la labor de los demagogos, que sólo deben canalizar la predisposición de los creyentes a seguir con fanatismo las indicaciones que surgen de la estructura líder, que asume una posición paralela a la de la Iglesia y sus jerarquías, repitiendo parte del dogma religioso (Dios, el bien y el mal, el paraíso y el averno), presentándose como colegas creyentes (Fidel mostraba un crucifijo en su pecho, ofrecía Democracia con elecciones libres), pero añadiéndole porciones del dogma ideológico, que conforman un andamio apoyado en la estructura eclesiástica (socialismo y capitalismo opuestos como el bien y el mal, patriotas contra apátridas, redentores versus explotadores), el mundo en blanco y negro, la intolerancia que degrada al otro para justificar su eliminación, el fascismo ordinario que no tiene escrúpulos para violar Leyes y Derechos Constitucionales, que deberían regir para todos por igual, por un cambio radical “en nombre del pueblo”, aunque la porción mayoritaria de ese pueblo se oponga y por ello sea agredida, y la porción que aparentemente aun simpatiza con el proyecto sea irrespetada, sus opiniones y decisiones simplemente no tomadas en cuenta por el régimen, que se limita a ejecutar las arbitrariedades y extravagancias que se le ocurren al carismático y temporal líder. La Nomenklatura, bagazo sesentoso que sigue sin descifrar lo que ocurrió con el Muro de Berlín, la URSS, China y Vietnám, como víctimas de anorexia ven a Cuba gorda (en vez del despojo miserable que ha llegado a ser), apoya el antibolivariano remedo de una Monarquía, incapaz de producir siquiera suficiente pan, y en este híbrido de estalinismo fidelista el monarca es simultáneamente el Rey, el Títere y el Circo, en insoportables y vacías cadenas cotidianas. Sin Lumpen ni Oportunistas, desaparecería.
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